jueves, 6 de octubre de 2011

Plagio de Amadeo Rojo Morientes



Viendo una zorra unos hermosos racimos de uvas ya maduras,
                                              deseosa de comerlos, busca medio para alcanzarlos, pero no siéndole posible de ningún                      modo, y viendo frustrado su deseo, dijo para consolarse: -Estas uvas no están maduras
                                                                              Esopo

Cualquier persona, por muy fácil que esto pueda parecer a primera vista, no es capaz de plagiar. El plagio no significa robar del museo d’Orsay de París una obra de Renoir, dejar pasar años y años hasta que la prensa no publique nada más sobre el tema, hasta que la marca que el óleo dejó en la pared del museo sea remplazada por otra capa de pintura, hasta que los estudiosos de arte se olviden de él y su foto en los libros se vuelva amarilla y quebradiza en alguna perdida biblioteca…Y llegado el momento presentarlo ante los atónitos y desmemoriados mecenas como la ópera prima de un joven y prometedor artista. Eso, eso no es un plagio. Plagiar no es escribir una obra de teatro donde se cuente la trágica historia de amor de dos jóvenes llamados Ramón y Juliana, que en la ciudad de Valencia sufren la enemistad de sus familias, de forma que viendo imposible su romance los enamorados terminen por suicidarse. Eso, eso tampoco es plagio…

Al nacer le plagié el nombre a mi abuelo, los apellidos a mis padres, el color de los ojos a mi tío y la sonrisa a mi prima la mayor. Cuando fui creciendo le plagié la forma de andar a mi abuela, la manía de sorber la sopa de mi tía, el gusto por el TBO de mi hermano. Y como no, la obsesión por el orden de mi bisabuelo el notario. Las cejas y las orejas de mi primo, la facilidad para leer de mi querido tío-abuelo el fraile, de un pariente lejano su sentido del humor y su capacidad de concentración, mi olfato poco desarrollado de mi madrina y de un amigo, casi hermano de mi padre, la falta de apetito.

De este modo en mi tierna infancia ya era todo un maestro del plagio, y en la adolescencia no lo fui menos: Mi ropa era un plagio de la de mis amigos, mi pelo del actor del momento, mis gustos sobre música eran los gustos de los promotores, mis exámenes los del compañero de delante, mis pecados los de mi primera novia, mis más célebres ocurrencias eran las que el día anterior había visto en la televisión o leído en la puerta de algún lavabo, y mi primera declaración de amor se la debo a las Rimas de Bécquer…

Visto lo visto y teniendo esta facilidad para el plagio, con los años llegué a la perfección e  hice como todo el mundo hacía: Me casé con la mujer que era como la de todos los demás, tuve una casa hipotecada, como todos los demás tenían, un trabajo durante 20 años, como todos mis compañeros tenían, un trabajo que nada tenía que ver con lo que había estudiado, como a todo el mundo le pasaba. Voté a la mayoría porque todo el mundo lo hacía, y leía los libros más vendidos porque todo el mundo los leía. Me mojaba si llovía y a nadie veía con paraguas, me emborrachaba si todo el mundo bebía, lloraba si todo el mundo lloraba y callaba  cuando todo el mundo callaba, eso sí, aunque no hubiera que callar. Comía tres veces al día y hacía el amor una vez por semana, iba a misa los domingos y dejaba de fumar cada primero de Enero.

Pero un buen día dejé de ser plagiador para convertirme en plagiado. Y sucedió de una forma tan minuciosa que creía que la mujer que tanto se parecía a la mía y que estaba en una cama que tanto se parecía a la mía con otro hombre, era en realidad la mía. Que ese joven que se sentaba en una mesa tan parecida a la mía, dentro de un despacho que tanto se parecía al mío, en un trabajo tan parecido al mío, era en realidad el mío. Que la casa tan parecida a la mía, que estaba embargando un banco tan parecido al de mi hipoteca, era en realidad la mía. Y que el dinero tan parecido al mío y que tan rápido se escapaba de unos bolsillos tan parecidos a los míos, era en realidad el mío…

Como he dicho, me plagiaron de una forma tan minuciosa, que llegué a creer que la persona que veía cada mañana despertarse, y que no tenía, como todos los demás tenían, un sitio donde caerse muerto, era en realidad yo.

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fotografía de Garbi KW www.garbikw.com

2 comentarios:

  1. Josep Pla decía que plagiar era todo un arte y una virtud más, tan sólida como cualquier otra. Además iba más allá y decía que no existía la creatividad absoluta.
    Bueno, ya paro con el meeting. Felicidades por el blog, plagiautor.
    Juanma

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  2. Gracias Juanma!, me alegra que te guste el blog de los Ahorcados, y más viniendo de un ferviente admirador de la Hoguera, se agradece aun más!. Toma este blog como tuyo y haznos llegar sugerencias (fragmentos de libros, poemas, letras de canciones...) o tus propios textos o poemas a elbailedelosahorcados@gmail.com , por cierto, la entrada del día 19 de octubre te la dedicamos. Un saludo

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